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Estampas-Sombrero
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Rubén Olmo y Miguel Ángel Corbacho han creado cuatro piezas inspiradas en el estilo, la estética y el carácter de Antonio Ruiz Soler. Estas coreografías recorren el flamenco tradicional desde sus orígenes, tanto de vestuario como musicalmente. Este repaso del cante, el baile y el toque primigenios transita por los palos flamencos habituales en los trabajos de Antonio: el zorongo, el martinete, la seguiriya y los caracoles. Sigue la estela de la puesta en escena que utilizaba en sus montajes de flamenco, con una coreografía más actual.
El paso de Pablo Picasso por el mundo de la danza ha dejado muchas evidencias. Con su participación en los diseños de ballets, Picasso hacía que su arlequín cobrara vida, buscaba la alquimia del espectáculo.
Hijo del alba, un solo de inspiración picassiana, interpretado por Rubén Olmo con su lenguaje dancístico personal, representa el nacimiento de una nueva vida: hombre y artista. Es la representación de sentimientos, diferencias y contradicciones de cada uno de ellos en un único personaje: el arlequín.
El estreno de su versión original, coreografiada por Leonide Massine, fue en el Teatro Alhambra de Londres, el 22 de julio de 1919, por los Ballets Russes de Serge Diaghilev. El histórico empresario, con su gran olfato para reconocer el talento, le encargó a Manuel de Falla que reescribiese su ballet-pantomima El corregidor y la molinera, de 1917, creado para orquesta de cámara. Diaghilev y su joven coreógrafo Leonide Massine asistieron a su estreno en Madrid ya que, durante la I Guerra Mundial y gracias a la ayuda del Rey Alfonso XIII -a quien consideraban su “padrino”-, los Ballets Rusos pudieron actuar (y, por ello, sobrevivir) en la España neutral.
Gregorio Martínez Sierra y María Lejárraga habían adaptado para el teatro la novela de Pedro Antonio de Alarcón, de 1874, basada en una leyenda popular. En 1915, el matrimonio había colaborado con el músico gaditano en El amor brujo, gitanería para Pastora Imperio que Antonia Mercé La Argentina estrenó ya como ballet en 1925. Falla compuso El sombrero de tres picos según las indicaciones de Massine, adaptando las escenas a su idea coreográfica, como cuando Tchaikovsky escribió sus famosos ballets siguiendo las necesidades del coreógrafo Marius Petipa. Este dato es muy importante si hablamos de autoría, ya que es el coreógrafo quien pide al músico la estructura, matices o ritmo que desea en la partitura; no es que encuentre una composición ya creada y realice después la coreografía.
Durante sus giras por España, entre 1916 y 1918, Leonide Massine se había prendado del baile español. No sólo del flamenco, sino también de nuestros variados bailes y danzas. Tuvo a su lado a un artista autóctono contratado por Diaghilev para que se empapara de él, Félix Fernández, bailaor espectacular –cuentan- en sus intervenciones en solitario –la verdadera naturaleza del baile flamenco-, pero menos apto para integrarse en una pieza coreográfica para la que se necesite el rigor académico.
Desgraciadamente, Félix Fernández pagaría cara su imposibilidad de adaptarse a la disciplina de una coreografía: tras ver que su nombre no aparecía como protagonista de El sombrero de tres picos en su estreno londinense de 1919, su mente sufrió una gran perturbación y pasaría el resto de su vida confinado en un sanatorio mental en Inglaterra, hasta su fallecimiento en 1941. Es el capítulo más triste de la gestación de El sombrero… En 2004, el Ballet Nacional estrenó El loco, ballet basado en la historia de Félix, con coreografía de JavierLatorre, guión de Francisco López y música de Mauricio Sotelo y Juan Manuel Cañizares.
Con la versión de Antonio, El sombrero de tres picos triunfa como coreografía con el lenguaje de la danza española. Estrenado en 1958, en el Festival Internacional de Música y Danza de Granada, como adelantábamos, es con la versión de Antonio con la que el ballet adquiere su verdadera naturaleza, ya que la partitura de Manuel de Falla es una obra maestra en la estilización de nuestros ritmos y melodías populares.
La creación de Massine de 1919, en definitiva, no deja de ser una “fantasía” sobre nuestra danza –como hemos apuntado antes-, ya que, aunque el coreógrafo y bailarín ruso se empapara de “lo español” y aprendiera algunos pasos y formas de nuestra expresión dancística, no era un artista con formación completa de danza española y, por tanto, cayó en muchos momentos en lo que podríamos llamar “falso español”.
Cristina Marinero
Madrid Centro de Cultura Contemporánea Condeduque. Patio Central
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